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Los gobiernos con neumonía bilateral por un virus que arrasó con los oficialismos

En siete países de América, desde Chile a Estados Unidos, hubo elecciones presidenciales durante los dos años de pandemia: en los siete perdieron quienes ejercían el poder.

El péndulo ideológico lo marcó: cuando el presente es tan exacerbado y riguroso, donde existe una cancelación del futuro, es tentador apostar al cambio, a probar algo nuevo, porque en definitiva el pensamiento que impera es Peor no podemos estar. Y se vota en consecuencia.

Traducido en términos electorales, el virus dejó secuelas indelebles en las urnas y más de una democracia necesitó respirador para sobrevivir a tantos y tan abruptos estragos. Los síntomas más notables que el COVID reflejó en las urnas:

– Debilitó a casi todos los gobiernos en el ejercicio del poder. En las siete elecciones presidenciales que se llevaron a cabo durante los meses de pandemia en América Latina el oficialismo perdió, sea cual sea su raíz ideológica.

– Bajó el interés por votar. No se puede culpar al COVID por la desconfianza y la apatía en las urnas: los cambios en el comportamiento ya venían gestándose. El hartazgo ciudadano y el efecto “bronca” fueron factores clave durante todos los procesos.

– Agravó el descreimiento y la decepción de los oficialismos. En todos los países donde se renovó el Ejecutivo quedó claro el mismo mensaje: ningún gobierno en ejercicio supo o pudo estar a la altura del enorme reto que supone atravesar una pandemia. Y esa demanda insatisfecha fue a medirse directamente en las urnas.

– Reflejó el enojo de la población. El pesimismo y la insatisfacción fueron motores que influyeron en los resultados electorales. No se votó por promesas de cambio ni por escenarios transformadores: el presente agobiante, agravado por múltiples razones, impidió trascender el “aquí y ahora” y canceló las expectativas sobre el futuro.

Los presidentes no supieron liderar la crisis con solvencia. La falsa disyuntiva salud o economía, las políticas sanitarias erráticas, los controles y cuarentenas exageradas resistidas por los ciudadanos por su intromisión en los derechos privados y la alta tasa de mortalidad al principio de la pandemia fueron factores determinantes e incontrastables en los sietes países que renovaron su Ejecutivo.

Hoy, el COVID permanece como una niebla densa e incierta que no deja ver el futuro político en el continente. Así como los autoritarismos apuestan a consolidarse bajo el escudo del miedo, surgió un escenario inédito en las democracias de este lado del mundo.

En los primeros años del 2000, los presidentes de los países latinoamericanos se reelegían casi como un efecto cascada. Ahora, el coronavirus instaló un fenómeno inédito. Se votó exactamente lo opuesto al gobierno vigente. Los ciudadanos le dieron la espalda al orden instaurado y apostaron, en algunos casos tibiamente, en otros con contundencia, a la oposición.

República Dominicana: En la “era COVID”, fue el primer país que sometió a su presidente a ese escrutinio implacable. El triunfo de Luis Abinader, un empresario sin gran experiencia en política, marcó el final de 16 años de hegemonía en el poder del Partido de la Liberación Dominicana y permitió la alternancia en el cargo por primera vez desde 2004. Danilo Medina, el expresidente, y su candidato Gonzalo Castillo admitieron que los más de mil contagios diarios que por ese entonces registraba el país lograron lo que por cuatro períodos consecutivos fue imposible: sacarlos del poder.

Bolivia: Con un pie en el barro de un presente convulsionado y otro mirando al pasado, los bolivianos le dieron un rotundo “no” a la gestión de la presidente interina Jeanine Añez. El triunfo de Luis Arce, candidato del Movimiento al Socialismo, fue una sorpresa hasta para él mismo. Sobre todo, por los más de 26 puntos que le sacó a su principal rival, el expresidente Carlos Mesa.

La crisis institucional y política y el golpe de gracia de la pandemia obligó a Añez –que nunca logró hacer pie en el Palacio del Quemado- a convocar a elecciones con un veredicto letal: el 56% de los bolivianos prefirió “traer” del pasado a un candidato de Evo Morales y darle la oportunidad de levantar al país de los estragos de la pandemia.

Honduras: Doce años llevaba su partido en el gobierno y ocho él como presidente cuando la pandemia terminó con el poder de Juan Orlando Hernández. En noviembre del 2021, se marcó un punto de inflexión en un país que prefirió dar un cheque en blanco a la esposa del expresidente Manuel Zelaya, Xiomara Castro, la flamante presidenta y primera mujer que llega al poder en aquel país.

Castro ya había sido primera dama y dos veces candidata hasta lograr poner fin a doce años de gobierno y devolverle a la izquierda hondureña el poder.

Foto: Xiomara Castro, actual presidenta de Honduras.

 

Estados Unidos: Donald Trump es, sin dudas, uno de los ejemplos mas claros de que la crisis política generada por la pandemia fue tan grave como la sanitaria. Cuando parecía tener el camino despejado para su reelección su imagen empezó a caer en picada en la misma proporción en que se sumaban las víctimas mortales por el virus.

En solo una semana de abril del 2020, pasó del 54% de aprobación al 43% y desde ahí, no repuntó más. Esos días (del 14 al 20) hubo 40 mil muertes en Estados Unidos. Tanto cayó que hizo posible lo que nadie imaginaba: que un mal candidato se convirtiera en el presidente más votado de la historia, con casi 75 millones de sufragios. El triunfo de Biden se consolidó en el rechazo a Trump. El odio le ganó al amor.

Ecuador: Como una mecha que atravesó todos los gobiernos en América, el COVID también terminó por sepultar los sueños oficialistas en Ecuador. El conservador Guillermo Lasso (un candidato tibio, que en la primera vuelta sacó apenas el 19,74% de los votos) aseguró el voto “anti Correa” que terminó llevándolo al Palacio de Carondelet, su “meca” desde el 2017 cuando se quedó con las ganas tras perder por dos puntos frente a Lenin Moreno.
El vertiginoso impacto de la pandemia le quitó capacidad de reacción al oficialismo: Lenin Moreno cerró su gestión con una imagen negativa del 95 por ciento.

El hastío de los ecuatorianos fue implacable. El presidente Moreno ni siquiera pudo elegir competir con un candidato propio. Su único “logro” fue impedir el regreso de la revolución ciudadana al poder.

Chile: En las antípodas ideológicas, pero con el mismo espíritu de dar vuelta de página al oficialismo, el izquierdista Gabriel Boric se impuso cómodo en segunda vuelta al ultraderechista José Kast.

El ex líder estudiantil sacó un millón de votos de diferencia en un balotaje que parecía impensable antes del coronavirus. Vale aclarar que no sólo el impacto de la pandemia influyó en el resultado: la debacle del ex mandatario Sebastián Piñera comenzó en octubre de 2019, cuando el COVID ni siquiera existía, con una revuelta popular nunca vista en la región que exigía terminar con la desigualdad social y económica.

La pandemia agudizó estos síntomas y sorprendió a los chilenos con poca paciencia para los discursos del oficialismo, animándose a tener el presidente mas joven de la historia del país.

Perú: Pedro Castillo también fue una expresión de este péndulo ideológico al que el COVID sacó de eje.

El maestro rural ganó con apenas cuarenta mil votos de diferencia, en abril del año pasado a Keiko Fujimori, a quien le costó aceptar el revés en las urnas. Esa manifestación de hastío del pueblo peruano fue contundente. Los escándalos de corrupción, el famoso “vacuna-gate” y el desmanejo de la pandemia no dejaron al presidente Martín Vizcarra ni siquiera terminar su mandato: en noviembre de 2020 el Congreso apeló a la vacancia presidencial por su “permanente incapacidad moral” y lo destituyó. Solamente una vez se había usado esa herramienta política y fue contra Alberto Fujimori.

Foto: Pedro Castillo, actual presidente de Perú.

 

Cuba, Venezuela y Nicaragua son un caso aparte:  En ninguno de los tres casos podemos analizarlo desde una perspectiva democrática, se trata de dictaduras consolidadas.
A Daniel Ortega ni el COVID pudo frenarlo en su ambición re-re-re eleccionista. El 7 de noviembre de 2021 “ganó” con el 75 por ciento de los votos cometiendo irregularidades tales como encarcelar a 39 opositores, entre ellos siete candidatos, según reportó y denunció la ONU. Como Venezuela, los 218 muertos por COVID, acumulados desde 2020, son un número testimonial.

A diferencia del virus que anula el olfato, en las instituciones democráticas parece haberlo aguzado: los electores de todos los países “huelen” corrupción en la política y en las élites que viven de ella.

Queda más que claro: la pandemia fue un elemento de relevancia pero no el único. En la mayoría de los casos expuestos, como se aprecia, existen una multiplicidad de factores que terminan articulándose y retroalimentándose entre sí para detonar, como una bomba, el ocaso para muchos gobiernos.

Es que los problemas estructurales de salud y educación, por ejemplo, se sintieron con fuerza durante los meses más duros de restricción y enfermedad. Un recorrido rápido por el mapa no deja ningún país fuera de esos estragos. Así, las urnas reflejaron esa elocuencia.

Sí es cierto que la pandemia rompió todas las estrategias oficialistas. Es difícil determinar quién hubiera tenido una receta eficaz para semejante descalabro sanitario, social, educativo, económico y político. Pero los siete presidentes que fueron castigados en las urnas, seguro que no.

¿Y ahora?

La palabra la tienen Brasil, Colombia y Costa Rica, sedes de votaciones durante este 2022 que todavía no puede definirse como un año post pandémico.

¿Se repetirá la tendencia de estos dos últimos años o se dejará atrás el efecto “presente exacerbado” y los oficialismos tendrán la capacidad de volver a conectarse con los ciudadanos y lograr construir escenarios con expectativas de futuro?. La incertidumbre asoma con fuerza y se potencia a medida que llegan sondeos desde esos países.

El gerenciamiento de la pandemia y sus “cepas” económicas, educativas, sanitarias y sociales todavía resuenan como una factura impagable en Brasil, donde Jair Bolsonaro, el Presidente en ejercicio, deberá medirse con una figura que parecía del pasado, como José Inacio “Lula” da Silva.

A finales de este año (octubre) se sabrá si Lula retornará como el único capaz de “reparar” el daño que hizo Bolsonaro, como él mismo lo define. De comprobarse, el virus que se llevó a este presidente habrá sido más fuerte que el LavaJato y las denuncias por corrupción que atravesó el propia Lula –y por las que estuvo casi 600 días preso-, y su sucesora, Dilma Rousseff.

Foto: Lula da Silva, ex presidente de Brasil.

 

Falta mucho para octubre. Antes, el pueblo de Costa Rica también dará su veredicto. La primera ronda presidencial será el 6 de febrero, y los candidatos tendrán que convencer a los votantes de que pierdan el temor a la expansión de Ómicron para poder pulverizar una apatía del que ronda el 41 por ciento. A menos de 20 días para las elecciones los costarricenses que no tienen idea a quién van a votar.

Digamos que en Costa Rica hay más oferta que ánimo para votarlos: un total de 25 candidatos quieren ponerse la banda de Presidente (la mayor disputa en toda la historia del país), por lo que el balotaje se perfila como una opción casi segura.

Los dos que tienen más chances vienen del pasado: José María Figueres (Presidente entre 1994 y 1998), y Lineth Saborío, ex vicepresidenta entre 2002-2006. Ninguno de los dos llega al 20 por ciento en intención de voto pero aún así está lejos del “delfín” oficialista Welmer Ramos, que aspira por el Partido Acción Ciudadana del actual presidente Carlos Alvarado, quien según las encuestas no da un número “significativamente mayor a cero” en la intención de voto. En Costa Rica quizás no gane un candidato de izquierda, pero sí se votará al opositor más acérrimo del gobernante actual.

Colombia: Si hay un candidato que surgió de las entrañas de la izquierda es Gustavo Petro. Y si hubiera que definir quién está en las antípodas del actual presidente Iván Duque es justamente él.

En Colombia el péndulo se agita con un vaivén pronunciado y todo indica que quedará en el margen izquierdo, salvo que una alianza de centro logre ingresar a la segunda vuelta. Con mas chances que nunca, Petro podrá cobrarse este año la revancha de la última elección donde, a pesar de haber obtenido ocho millones de votos, tuvo que reconocer la derrota ante el propio Iván Duque.

Si esta vez lo consigue, será la primera vez en la historia de Colombia que la izquierda llega al poder. La pandemia, el desencanto y la apatía con “los mismos de siempre” lo habrán hecho posible.

Por Daniel Ivoskus
Presidente de la Cumbre Mundial de Comunicación Política.

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